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Recuerdos e Historias

Mirar en profundidad: la fotografía estereoscópica a principios del siglo XX

  • ccconservacao
  • 21 jun
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 6 jul

Hay imágenes que nos conmueven por la nitidez con la que capturan el mundo. Otras, quizá más raras, nos impresionan por lo que añaden a la realidad: una especie de presencia que se siente más de lo que se ve. Esa fue la sensación – mitad encantamiento, mitad vértigo – que tuve al mirar por primera vez la imagen que llamo del “mundo de Jane Austen”, dentro de mi cámara/visor Glyphoscope. Frente a mí, un pequeño vidrio con dos imágenes casi idénticas ganaba de repente volumen, recorte, distancia. Era como asomarse a una escena del pasado, no como quien la ve desde lejos, sino como quien la habita.

 

câmara, visor e estereoscopia em vidro
 "Fanny" – Estereoscopía de vidrio y cámara "Glyphoscope"

Me gusta enseñar mis cámaras y visores estereoscópicos a quienes no los conocen. Intento explicar lo que tienen que hacer para ver en 3D, pero no es raro que me digan que sí, que entienden, y en realidad no están entendiendo. – ¿Ves el 3D? – Sí. Estoy viendo. – No me parece que estés viendo, porque no estás reaccionando como suele pasar. (pienso para mí: normalmente escucho un “ah”) – Sí, veo bien las imágenes nítidas. – Tienes que encontrar el punto justo. Prueba alejar o acercar un poco.


– ¡Ah!

(me sonrío. Ahora sí.)


Me encanta esperar ese “ah”. Y ver la reacción de las primeras veces. – ¡Y ahora míralo a contraluz!


Estas vivencias, al mismo tiempo técnicas y sensoriales, son el punto de partida de este texto: un viaje rápido al mundo de la fotografía estereoscópica en el cambio de siglo, atravesado por historias, objetos e imágenes que me son cercanos – y que ahora comparto con vosotros.


La ilusión estereoscópica: ver con dos ojos

La estereoscopia se basa en un principio sencillo: nuestros ojos, ligeramente separados entre sí, perciben el mundo desde dos puntos de vista distintos. El cerebro, al procesar esas imágenes, construye una representación tridimensional de la realidad. A ese fenómeno se le llama visión binocular.


En el siglo XIX, este principio se transformó en una tecnología de imagen. Tras algunos años y varios científicos explorando sus fundamentos, en 1838 el científico Charles Wheatstone presentó públicamente el primer estereoscopio: un aparato que utilizaba espejos para mostrar imágenes ligeramente desplazadas a cada ojo. Pocos años después, David Brewster desarrolló una versión portátil, más compacta y práctica, que acabaría por popularizarse en toda Europa y América. Así nacía la estereoscopia moderna: una forma de mirar el mundo con más profundidad – en el sentido literal y figurado.

Charles Wheatstone mirror stereoscope,
Charles Wheatstone mirror stereoscope, wikimedia commons

Siglo XIX: la edad de oro de la estereoscopia

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la estereoscopia vivió un verdadero apogeo. Aparatos e imágenes circularon por salones aristocráticos, terrazas, exposiciones universales y salas burguesas. Estaban por todas partes. Las estereoscopías en papel, montadas en tarjetas, se hicieron accesibles a un público cada vez más amplio. Se podía viajar a Roma, escalar los Alpes, visitar monumentos exóticos u observar fenómenos científicos – todo sin moverse del sitio. El visor estereoscópico se convirtió en un intermediario entre las personas y el mundo, con la ventaja de ofrecer una experiencia casi táctil de la imagen.


La estereoscopia cruzaba entonces varios mundos: el de la ciencia, la pedagogía, el arte y el entretenimiento. Estaba asociada al descubrimiento, pero también al coleccionismo y a la intimidad. Podía ser objeto de estudio o de maravilla. Muchas veces, era ambas cosas.


La fotografía estereoscópica en el cambio de siglo

A medida que el siglo XIX daba paso al XX, la fotografía estereoscópica acompañaba las transformaciones tecnológicas y culturales de la modernidad. El perfeccionamiento de los materiales fotosensibles, el aumento de la portabilidad de las cámaras y la sofisticación de los dispositivos de visualización permitieron un uso más autónomo y personal de la estereoscopia.

Câmara estereoscópica
Le Glyphoscope, model 2, 1904, J. Richard, Paris.

Es en este contexto que aparece la Glyphoscope Jules Richard, lanzada en 1904 y producida durante décadas con gran éxito. Esta cámara compacta fue concebida para uso amateur, pero con resultados de alta calidad. Utilizaba placas de vidrio en el formato 45x107 mm, que captaban dos imágenes simultáneamente, ligeramente desplazadas. Uno de sus aspectos más interesantes es que funcionaba también como visor: el propio usuario podía ver sus imágenes después de revelarlas, en un único aparato. La experiencia era completa: ver y hacer, en un solo objeto.


Al iniciarse el siglo XX, la estereoscopia seguía alimentando el deseo de ver más, mejor, más de cerca. Era una tecnología que no se limitaba a reproducir el mundo: lo reorganizaba en tres dimensiones, creaba ventanas hacia otras realidades.


Glyphoscope y visor estereoscópico universal

Dos maneras de ver

Mi Glyphoscope es del Modelo 2, similar pero algo más ligero que el original Modelo 1, y es uno de esos dispositivos que nos conectan con el pasado de forma casi directa. Es una máquina que, aunque pequeña, tiene densidad, presencia, con la solidez de haber sido hecha para durar. Al mismo tiempo, carga con cierto romanticismo mecánico: la idea de que ver bien requiere tiempo, esfuerzo, elección. Al colocarla frente a los ojos, la sensación es la de asomarse a un mundo cuidadosamente modelado.


El visor estereoscópico universal que utilizo es The Perfectscope, del fabricante H. C. White, también de 1904. Sirve para ver estereoscopías en papel y tiene un carácter más abierto. Acepta cierta variación en los formatos de las tarjetas, es intuitivo y democrático. Fue concebido para circular, para enseñar, para maravillar. Las tarjetas con imágenes pegadas lado a lado se deslizan en el soporte, y el mundo gana volumen. Algunas de las estereoscopías que tengo muestran pequeñas escenas cotidianas, retratos, vistas urbanas. Otras son registros de viajes, paisajes naturales, interiores arquitectónicos. En todas hay una profundidad que desafía la mirada rápida a la que nos hemos acostumbrado.

Visor universal
The Perfectscope, H.C White, 1904

Dos materialidades

Las imágenes que observo a través de mis dispositivos se dividen entre dos soportes: papel y vidrio. Esta diferencia no es solo técnica; es también una variación sensorial.


Las estereoscopías en papel, más comunes y accesibles, ofrecen una sensación de cercanía y ligereza. Son fáciles de manipular, compartir, archivar. Tienen el encanto de las imágenes populares: algo desgastadas, a veces desvaídas, pero llenas de historia.


Las estereoscopías en vidrio, en cambio, introducen una dimensión casi mágica. Las que poseo son en Agfachrome, rival de las más conocidas Autochrome. Son placas de vidrio que, vistas al microscopio, están compuestas por numerosos puntitos de color: un tipo de proceso positivo directo, como las diapositivas, si es que eso todavía significa algo para las generaciones más jóvenes. No existe aquí la relación positivo/negativo. La imagen final fue creada directamente sobre la placa que entró en la cámara, no en el laboratorio.

Diferentes tipos de estereoscopias
Estereoscopía de albúmina pegada a cartón, estereoscopía “tissue” coloreado, vista con luz transmitida, estereoscopía agfachrome, detalle de agfachrome visto con aumento de 100x.

Con colores suaves, a veces ligeramente irreales, pero con una vibración propia. El vidrio está pensado para verse contraluz y permite una nitidez y luminosidad notables. Al observar una estereoscopía en vidrio a través del Glyphoscope, es como si la imagen se abriera en una pequeña caja de luz. La presencia es intensa: no es solo lo que se ve, es cómo se ve.


Mirar, tocar, guardar: mi relación con estas imágenes

Cuando empecé a explorar la estereoscopía, no imaginaba que esta tecnología del siglo XIX pudiera ser tan actual. Lo que me atrajo, quizás, fue ese gesto de desaceleración: detenerse, elegir una imagen, mirar con atención. Y, sobre todo, mirar con profundidad. Hoy, cuando uso mis dispositivos – el visor universal o el Glyphoscope – no lo hago por nostalgia, sino por el deseo de comprender otras formas de mirar.


Las imágenes que tengo – compradas, encontradas o hechas por mí – son una pequeña colección de mundos suspendidos. En ellas hay una fragilidad material (el papel que amarillea, el vidrio que puede quebrarse) y una fuerza visual que resiste al paso del tiempo. Cada vez que miro una estereoscopía, sé que estoy repitiendo un gesto antiguo: el de alguien que, con dos ojos, quiso ver más allá.


Y trato de imaginar cómo se sentía en la época. Cuando no existía esa disponibilidad infinita de imágenes en un teléfono guardado en el bolsillo. El “¡ah!” estaría allí, sin duda, pero no sería el mismo que hoy... ¿o sí?

Visor estereoscópico e estereoscopias

La persistencia del asombro

El 21 de junio se celebra el Día de la Estereoscopía. La fecha coincide con el solsticio de verano en el hemisferio norte: un momento simbólico, de máxima luz y profundidad solar. Es una celebración informal pero significativa, que reúne a entusiastas, coleccionistas, investigadores y curiosos en torno a una técnica que sigue sorprendiendo.


La estereoscopía ha sobrevivido a muchas transformaciones: la llegada del cine, la televisión, la imagen digital, la realidad virtual. Sigue siendo un medio aparentemente simple, pero que desafía nuestra percepción y nuestra atención. Nos invita a mirar con tiempo, con detalle, con los dos ojos – y con la mente abierta.


En este día, compartir estas imágenes y experiencias es también una forma de mantener vivo un patrimonio visual y táctil. Un patrimonio hecho de objetos, sí, pero sobre todo de miradas. Porque, al final, ver en estereoscopía es un ejercicio de presencia: del cuerpo que mira, del tiempo que ha pasado, de la imagen que se revela en profundidad.

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