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Recuerdos e Historias

Licencia para curar: examen a un sangrador de 1844

  • ccconservacao
  • 28 jul
  • 7 Min. de lectura

Documentos con historia: porque conservar también es dar a conocer


Un documento, una profesión

Este es el primer texto de la nueva serie Documentos con historia, donde comparto fragmentos materiales que cruzan el pasado con el presente de mi trabajo. Son documentos que encontré en el contexto de la conservación o la investigación y que, al ser preservados, también reclaman ser enseñados. Porque conservar también es reconocer el valor y devolver al conocimiento lo que ha quedado olvidado.

uto de examen de sangría
Auto de examen de sangría

Entre las páginas de un antiguo cuaderno manuscrito de medicina encontré un documento singular: el Auto de Examen de Sangría de Francisco António Pereira, fechado el 7 de febrero de 1844. A primera vista, podría parecer solo otro registro burocrático, de esos que sellan con formalidad los gestos cotidianos. Pero al leerlo con atención, se revela como un valioso testimonio sobre una práctica médica que ya entonces se acercaba a su final: la sangría. Y más aún, sobre los hombres que la practicaban, los saberes que poseían y el modo en que el Estado portugués, en pleno siglo XIX, intentaba regularlos.


El documento, manuscrito y con múltiples sellos y firmas, describe un examen oficial realizado en la villa de Alter do Chão a un candidato residente en Vai Monte (actual Vaiamonte), en el distrito de Portalegre. En presencia de un cirujano, un sangrador experimentado, un delegado de salud pública y un escribano, el examen combinaba preguntas teóricas, demostración práctica y deliberación por voto secreto. El resultado fue positivo: “A.A.A.” aprobado por unanimidad.


Pero ¿quién era este hombre que deseaba oficializar su trabajo? ¿Y qué nos dice este examen sobre el lugar de la medicina popular, la práctica empírica y la regulación sanitaria en el Portugal del siglo XIX?


Sangradores y barberos: la larga historia de una profesión

La figura del barbero-sangrador tiene raíces medievales. Durante siglos, fue a estos hombres, más prácticos que letrados, a quienes acudía la población para recibir cuidados básicos de salud: cortar el cabello, afeitar la barba, aplicar ventosas, extraer dientes, abrir abscesos o realizar sangrías. En muchas aldeas, el barbero era al mismo tiempo un cirujano menor, enfermero, consejero y practicante de la medicina corriente.


Su autoridad se basaba sobre todo en la experiencia: se aprendía por observación, repetición y transmisión oral, dentro de una tradición artesanal. Solo más tarde surgieron intentos de regulación y de diferenciación entre las diversas categorías de “curadores”: los médicos, con formación universitaria; los cirujanos, con formación técnica; y los prácticos, entre los cuales se encontraban los sangradores.


Ya en los siglos XVIII y XIX, con el avance de la ciencia médica y la profesionalización de la salud pública, estos saberes tradicionales comenzaron a ser cuestionados. Sin embargo, la realidad social era más compleja que la teoría. En muchas regiones del interior de Portugal, los sangradores seguían siendo indispensables. Donde no había médicos ni hospitales, había saber empírico, y también había exámenes oficiales, como el que realizó Francisco António Pereira en Alter do Chão, para legitimar esa práctica ante el Estado.


Quién es quién en el auto de examen

El 7 de febrero de 1844, varias personas se reunieron en la villa de Alter do Chão para llevar a cabo el examen oficial de Francisco António Pereira, vecino de la aldea de Vai Monte. El examen no era solo un ritual de validación técnica, sino un acto formal, público y participado, que buscaba equilibrar el saber práctico con el control institucional.

Documento manuscrito doblado, tal como se encontró
Documento manuscrito doblado, tal como se encontró

Presidió el acto el doctor Nicolau (?) Carvalho, delegado del Consejo de Salud Pública del Reino en el distrito de Portalegre. Además del delegado, estuvieron presentes como examinadores António Xavier da Fonseca, cirujano, y José Luís Sardinha, sangrador, una dupla que ilustra bien la tensión y complementariedad entre el saber académico y el saber empírico. El escribano encargado de registrar el procedimiento fue Cândido Carlos Souza Zagallo Cordeira.


La elección de los examinadores dice mucho sobre cómo se legitimaba la práctica de la sangría: era necesario demostrar competencia ante representantes de dos mundos, el de la ciencia oficial y el de la práctica tradicional. Era también una forma de reconocer que el conocimiento del oficio no era exclusivo de las academias. Se valoraba el saber en el contexto objetivo del día a día.


El examen: preguntas, práctica y aprobación

El documento describe, con la sobriedad propia de los registros notariales, el desarrollo del examen. Francisco António Pereira fue interrogado por ambos examinadores:

“sobre los conocimientos más especiales, teóricos y prácticos, de la citada [sangría], y sobre el modo de sangrías y aplicación de ventosas”.

Respondió a las preguntas y realizó una demostración práctica, cuya descripción exacta no se incluye, pero cuyo resultado es evidente: concluido el examen, se le pidió que se retirase, se procedió a una votación secreta y se contabilizaron tres votos favorables → “A.A.A.”. Aprobado por unanimidad.


Este procedimiento mezcla el rigor formal con elementos que hoy nos suenan casi ceremoniales: una votación secreta entre tres evaluadores, la ausencia del candidato durante la deliberación, el lenguaje solemne del auto. Estamos ante un vestigio de una cultura profesional en transformación, donde la oralidad y la experiencia coexistían con los primeros pasos de la certificación oficial.


También es notable que entre los temas del examen se mencionen explícitamente las ventosas, técnica utilizada desde la Antigüedad y que, al igual que la sangría, actuaba sobre el cuerpo a partir de la idea del equilibrio de los humores. Son prácticas que hoy nos parecen obsoletas, pero que en la época mantenían un prestigio ambiguo: ya criticadas por los médicos más modernos, pero todavía ampliamente utilizadas y, como muestra este caso, oficialmente reconocidas y enseñadas.


El papel como instrumento de legitimación

El auto es un objeto impresionante. Manuscrito con letra clara y firme, se presenta sellado, firmado y timbrado con gran aparato. Las firmas se alinean al final del texto, con los nombres de todos los implicados: el delegado de salud, los examinadores, el examinado y el escribano. El delegado es el único cuyo nombre va precedido por la abreviatura de doctor.

Details from the Detalles del Auto de Examen de Sangría (1844), con los sellos en relieve y el timbre del Gobierno Civil de Portalegre; las firmas de los presentes.


En el papel hay cuatro sellos blancos marcados: dos redondos, uno con el escudo del Reino flanqueado por banderas y la inscripción “THESOURO PUBLICO” [Tesoro Público], y otro con las letras entrelazadas “CP” y la leyenda “CREDITO PÚBLICO”. Los dos sellos ovalados, con ramas de laurel, llevan las inscripciones “XL” y “40”. Un timbre entintado señala “Gov. C. de P. Alegre” – Gobierno Civil de Portalegre – y una marca de agua legible al reverso, “CREDITO PUBLICO”, cruza discretamente el papel.


Todo en este auto remite a una estructura de validación: el poder de la palabra escrita, el sello del Estado, la formalidad del proceso.Francisco António Pereira no era simplemente alguien que sabía sangrar, era ahora, oficialmente, alguien autorizado a hacerlo.


Este documento ilustra bien cómo la práctica de la salud, incluso en zonas aparentemente marginales o rurales, se integraba en una lógica de administración pública y control fiscal. Para que el saber empírico fuera aceptado, necesitaba el sello del Estado.


Una profesión en cambio: entre el saber empírico y la medicina científica

En el Portugal de 1844, la práctica de la sangría era ya una tradición antigua, pero no estaba exenta de controversia. La teoría de los cuatro humores, que durante siglos había justificado la extracción de sangre como forma de curar, estaba siendo reemplazada gradualmente por nuevos enfoques fisiológicos, anatómicos y microbiológicos. Las escuelas médicas comenzaban a mirar con desconfianza la sangría y las técnicas complementarias, como la aplicación de ventosas o el uso de sanguijuelas. Pero la transición era lenta y desigual.


Si en los grandes centros urbanos comenzaba a consolidarse una medicina basada en la formación universitaria y en el método científico, en las villas y aldeas del interior la situación era distinta. La medicina empírica persistía, no por ignorancia, sino por necesidad. Había pocos médicos, y el acceso a la salud dependía de figuras como el sangrador, que combinaban el saber práctico, la presencia en la comunidad y, en muchos casos, un reconocimiento tácito por parte de la población. El examen oficial de Francisco António Pereira refleja esta realidad: legitimar aquello que, en la práctica, ya existía.


La regulación de la profesión de sangrador no era nueva. Ya en 1822 se discutía la necesidad de cartas de examen, de supervisión por parte de cirujanos más antiguos y de criterios mínimos para el ejercicio. A partir de la década de 1830, con la reorganización de los servicios de salud pública y la creación de Consejos de Salud del Reino, estas exigencias se hicieron más frecuentes, sobre todo en territorios alejados de la supervisión directa de la capital. Así, los sangradores podían seguir ejerciendo, siempre que se sometieran a examen y fueran reconocidos oficialmente.


Este modelo mixto, que cruzaba formación práctica, evaluación oficial y pertenencia comunitaria, permitió que la profesión sobreviviera hasta mediados del siglo XIX. Pero no resistió la consolidación de la medicina científica. A medida que las facultades de medicina ganaban prestigio y la salud pública se convertía en un asunto de Estado, el espacio para estos practicantes tradicionales fue reduciéndose. Algunos se transformaron en barberos o dentistas empíricos; otros abandonaron el oficio. El examen de 1844 es, por eso, también un retrato de un ciclo que llegaba a su fin.


Del libro a la memoria: una huella material de saber local

Cuaderno manuscrito de medicina donde se encontraba guardado el Auto de Examen de Sangría.
Cuaderno manuscrito de medicina donde se encontraba guardado el Auto de Examen de Sangría.

El Auto de Examen de Sangría de Francisco António Pereira no llegó hasta nosotros de forma aislada. Se encontraba dentro de un cuaderno manuscrito de medicina, que pudo haber pertenecido inicialmente al propio examinado y luego haber pasado de mano en mano, de sangradores a médicos, en la evolución de la profesión. Este volumen será objeto de un análisis futuro en esta misma serie. El hecho de que ambos estuvieran juntos no es casualidad: el documento certifica formalmente el conocimiento que el libro preserva y transmite. Uno es instrumento de aprendizaje; el otro, de validación.


Hay algo profundamente conmovedor en la preservación de este auto. Un papel cuidadosamente firmado, sellado, timbrado, guardado durante décadas como prueba de competencia, de pertenencia a una profesión, de un momento solemne de reconocimiento. Hoy, más que un testimonio técnico, es también un fragmento de historia vivida. Nos permite acceder a una época en la que curar era un gesto compartido entre tradición y ciencia, entre el saber de la mano y la autoridad del Estado.


Recuperar documentos como este es también recuperar las vidas que en ellos quedaron inscritas. En un país donde tantos saberes fueron orales, informales y transmitidos de generación en generación, la aparición de un registro escrito con este nivel de detalle y formalidad es una oportunidad importante. Nos permite mirar hacia atrás no con distancia, sino con empatía histórica.


Por último, nos recuerda la importancia de preservar estos testimonios y de su valorización y conservación también a través de la divulgación.


Referencias:

Costa, N. C. (2022). Os sangradores no Portugal medievo até ao seu lento desaparecimento, em momento de forte afirmação da enfermagem, no final do século XIX [Dissertação de mestrado, Escola Superior de Enfermagem de Coimbra]. http://web.esenfc.pt/?url=EU15r5gI


Costa, N. C., & Queirós, P. J. P. (2023). As funções, a formação e a extinção dos sangradores em Portugal. Revista de Enfermagem Referência, 6(2). https://doi.org/10.12707/RVI22060

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