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Recuerdos e Historias

Colecciones retocadas – Foto-Carvalho – Retrato, Retocadora e Identidad Local

  • ccconservacao
  • 30 jun
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 6 jul

¿Quién dio forma a los retratos de estudio que aún hoy encontramos en casas y álbumes familiares? Este texto se adentra en el archivo de Foto-Carvalho, en Estermoz, y en la historia invisible del retoque fotográfico, a través de las manos de Doña Esmeralda – una retocadora que, sin saberlo, dejó una firma silenciosa en el rostro de toda una ciudad.

Memorias de un gesto invisible

La cámara fotográfica tiene el poder de fijar rostros, pero a veces es entre bastidores donde se conserva la memoria más persistente. Fue en uno de esos bastidores, en un archivo envejecido por el tiempo y por las manos que lo manipularon, donde doña Esmeralda se emocionó. Retocadora durante casi treinta años en el estudio Foto-Carvalho, en Estremoz, reconoció en los negativos que yo estudiaba huellas de su propio trabajo. No las imágenes en sí – estábamos hablando y viendo negativos sin la luz adecuada – sino los pequeños gestos dejados en la superficie: una mancha de barniz, un trazo de grafito, un tinte difuminado. Aquellas marcas eran suyas. Y a través de ellas reaparecía no solo el retrato de los clientes, sino también el retrato de una época, de una comunidad, de una práctica.

Negativo de vidrio, con marcas de retoque con lápiz de grafito.
Negativo de vidrio con marcas de retoque a lápiz de grafito.

Un estudio, un fotógrafo, una ciudad

Teodósio de Carvalho, fotógrafo de Lisboa, se trasladó a Estremoz y abrió un nuevo estudio Foto-Carvalho en la década de 1930. Quien llegaría a ser el fotógrafo principal fue su hijo Rogério de Carvalho (1915–1988). Siendo aún joven, Rogério perfeccionó su práctica en Évora, desarrollando lo que sería un oficio exigente y una visión estética singular. Era conocido por su meticulosidad, por imponer poses y encuadres, y por rechazar encargos con los que no estaba de acuerdo. Los habitantes de la ciudad todavía lo recuerdan, con una mezcla de respeto y fastidio, por las sesiones fotográficas que exigían inmovilidad absoluta y paciencia para satisfacer la visión del “señor Rogério”.


Foto-Carvalho não era apenas um negócio – era um lugar de referência. O estúdio produzia retratos de família, reportagens de casamentos e festas, retratos para militares antes de partirem para o serviço, comunhões e pequenos rituais sociais que marcavam a vida comunitária. Num tempo em que o retrato de estúdio era uma afirmação pública de identidade e estatuto, a imagem impressa era feita para durar, para circular em família, para ser guardada em moldura ou medalhão.


Solo el blanco y negro es arte, solía decir Rogério de Carvalho

Pero la imagen no surgía por azar. Cada retrato era cuidadosamente preparado: desde el fondo pintado y los accesorios como sillones, hasta la dirección de la luz, la posición de las manos o el arreglo de la ropa. Y, después de ser fotografiado, a menudo era transformado. El retoque era parte integrante del proceso.


Doña Esmeralda: el rostro detrás de la imagen

La conversación con doña Esmeralda empezó con timidez, porque no entendía por qué alguien querría saber sobre su trabajo. En toda su vida nunca había conocido a nadie que supiera lo que era retocar, salvo ella y los demás empleados del estudio. Pero al ver que yo sabía para qué servía cada material e instrumento, fue como si se abrieran paso los recuerdos. Se relajó, sonrió, y percibí que guardaba con emoción el tiempo que trabajó como retocadora.


Esmeralda empezó a trabajar en el estudio Foto-Carvalho hacia los veinte años, primero recibiendo las personas. Pero Rogério de Carvalho animaba a todos los empleados a aprender todos los aspectos del estudio – “Esto es como un piano, y todos tienen que saber tocar todas las teclas”, decía. Esmeralda no lo tomó como una obligación. Tenía una curiosidad innata y desde la trastienda observaba el trabajo minucioso del fotógrafo y todas las tareas del estudio.


Su deseo de aprender, unido a una sensibilidad y destreza natural, la hizo pasar de observadora a aprendiz. Aprendió con el propio Rogério de Carvalho, quien le acercaba una silla y le hacía espacio en la mesa cuando notaba que quería probar. Poco a poco, pasó a encargarse de las correcciones más delicadas.


Siguió ayudando con otras tareas cuando era necesario, pero así fue como se convirtió en retocadora. Ejerció esta función hasta su jubilación, ya después de la muerte de Rogério de Carvalho.


Prefería colorear y retocar las copias: “me gustaba embellecerlas”, aunque a veces se excedía y el jefe le llamaba la atención por hacer desaparecer los rasgos del retratado.


Retocar negativos era una tarea obligatoria, lo hacía más por rutina, porque era necesario. Contó que le había dañado la vista. El trabajo era exigente, tanto física como emocionalmente. Las imágenes pasaban por sus manos una a una. El negativo se colocaba sobre el pupitre – o mesa de retoque, una mesa de luz cubierta por encima con paños negros y con viseras laterales, donde solo se iluminaba la imagen que se iba a trabajar. Nunca usó lupa, aunque admitió que quizá debería haberlo hecho, ya que las horas concentrada en ese espacio oscuro terminaban por cansarla.


Más que una técnica, el retoque era un oficio hecho de atención y sensibilidad. Arrugas, manchas, ojos desalineados, cabellos fuera de lugar – todo era suavizado con grafito sobre barniz o con pinceladas cuidadosas de tinta sobre papel.


Técnicas, materiales y decisiones

La colección Foto-Carvalho presenta una diversidad de técnicas de retoque que documentan la riqueza de la colección de este estudio. Las imágenes conservan señales de intervenciones sistemáticas: aplicación de barniz (matolene), retoques con lápiz de grafito, tinte rojizo aplicado en seco con el dedo (maquillaje), tinte rojo líquido (cocim) aplicado con pincel, raspados delicados con cuchillas y estiletes (grattage), máscaras de cartulina y, en ocasiones, composiciones creadas a partir de varias imágenes recortadas y pegadas.


La aplicación de matolene – un barniz fino a base de resina de damar, que facilitaba la adherencia del grafito – se hacía con algodón, muchas veces solo en las zonas que iban a retocarse. Era la base. Luego venía el retoque con lápiz, que era el más habitual, usado para crear interferencia óptica (con puntos y patrones que suavizaban imperfecciones) o para delinear rasgos. El maquillaje, aplicado con el dedo y visible por las huellas digitales que dejaba, se aplicaba sobre el rostro y las manos para aclarar la piel – zonas que solían oscurecerse en las emulsiones fotográficas, insensibles al rojo y al tono rosado natural de la piel. Después el gesto era “limpiar”, intensificar con estilete las áreas que se querían mantener más oscuras, como cejas o bigotes.


Doña Esmeralda se encargaba de gran parte de este trabajo, pero algunos retoques más complejos – como el grattage o la creación de máscaras – quedaban a cargo de Rogério de Carvalho. Curiosamente, ella misma se sorprendió al ver que algunos negativos estaban marcados como “sin retoque”. Para ella, todos los retratos de estudio debían ser retocados. El retoque formaba parte del proceso, tanto como la pose o la impresión.


El retrato ideal: técnica, deseo e identidad

Los retratos de Foto-Carvalho no son solo documentos visuales: son construcciones cuidadosas que combinan técnica, deseo y memoria. La estética del estudio era inconfundible: fondo pintado, poses anguladas, iluminación lateral, ligera torsión del cuerpo e inclinación del rostro. Muchos de estos elementos estaban planeados para evitar retoques más invasivos, pero cuando eran necesarios, el retoque completaba esa construcción idealizada de la imagen, aunque las huellas de ese trabajo no se notaran en las copias. El objetivo del retoque siempre fue ser invisible. Si se notaba, era porque estaba mal hecho.


La fotografía de estudio tenía una función social clara: representar la mejor versión de uno mismo. En una época en que algunas personas solo acudían al estudio una vez en toda su vida – y ese retrato era a menudo el único registro formal de la persona –, la imagen debía durar… y gustar. Se ofrecía a la familia, se guardaba en un álbum, se enviaba a los novios o a los hijos emigrados. Para los soldados que pasaban por el cuartel de Estremoz, era un gesto de despedida y afirmación. Para las familias que venían a la Feria de Santiago, en julio, era parte de la fiesta.


El retoque no era, pues, un engaño ni un truco: era un pacto visual. Doña Esmeralda hablaba con cariño de su papel en ese proceso: “guapas es como me gustaba dejarlas”. Y si a veces se pasaba, era porque sabía que la imagen final estaría expuesta, enmarcada, vista por muchos. El retoque no solo corregía imperfecciones, sino que alineaba el retrato con un ideal de presentación y respeto.


Un archivo de rostros y gestos

La colección Foto-Carvalho está compuesta por negativos, como es habitual en este tipo de archivos. El estudio conservaba los negativos para poder hacer copias más adelante si los retratados lo solicitaban. Pero el hecho de haber sido un estudio activo en una ciudad pequeña, con relaciones duraderas con sus clientes, permite algo raro: todavía hoy se pueden encontrar copias en la mayoría de las casas de las familias de Estremoz. Estas copias llevan en el reverso el número del negativo. Hoy permiten hacer el reencuentro – y comparar directamente el negativo original con la imagen impresa de la época.

Group photograph, original print with verso showing studio stamp and negative number.
Fotografía de grupo, copia original y reverso con el sello y número de registro del “chapa” (negativo).

Es una posibilidad casi inexistente en otras colecciones, y una de las razones por las que este archivo es tan importante. Permitió estudiar cómo se construía la imagen fotográfica – desde el gesto del fotógrafo hasta el retoque y la impresión final. Y permite reconocer el valor de esos gestos técnicos invisibles que moldearon la cultura visual de una época.


Muchas instituciones, con archivos similares, exponen ampliaciones modernas de sus negativos, como si estos fueran el objeto final. Al comparar negativos con copias en Foto-Carvalho, entendemos que, por mucho que se construya la imagen en el negativo, hay todavía otros pasos en la construcción de la identidad final del retratado. Se elegía el encuadre, el tono general, los contrastes, se hacían más retoques e incluso se coloreaban las imágenes.


Rogério de Carvalho fue, sin duda, el rostro público del estudio. Pero el trabajo de doña Esmeralda – y de tantas otras como ella – demuestra que hay una historia del retoque hecha de aprendizajes no escritos, de prácticas manuales, de una dedicación silenciosa. Al volver sobre este archivo, no solo miramos al pasado. Reconocemos, con rigor y sin romanticismos, el valor de un saber que quiso ser invisible.



El próximo texto de la serie “Colecciones retocadas” estará dedicado al Estudio Foto-Estefânia, un caso singular de retrato comercial y estética popular en Lisboa.



Si vas a Estremoz, visita los Estudios Correia

El archivo de Foto-Carvalho se conserva actualmente con este equipo que sigue activo como estudio fotográfico.

Puedes reservar una sesión, o – si tienes en casa retratos antiguos de Foto-Carvalho – buscar el número en el reverso y pedir una copia a partir del negativo original.


Agradezco a Paulo Correia y a su familia por permitirme estudiar esta colección única.


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