Buenas Práccticas
Conservación preventiva y planes de conservación: el primer paso para cuidar de su colección
¿Por qué empezar por aquí?
Quienes trabajan con patrimonio –ya sea en bibliotecas, archivos, museos u otras instituciones culturales– saben que los recursos siempre son limitados. Pero lo que muchas veces pasa desapercibido es que la mayoría de los problemas de conservación no ocurren de forma repentina. Se desarrollan lentamente, en silencio, hasta que es demasiado tarde.
Empezar por la conservación preventiva es invertir esta lógica. Es detenerse antes de correr, observar antes de intervenir, planificar antes de actuar. Ahí entra el plan de conservación: una herramienta esencial para comprender qué está en riesgo, qué debe hacerse y por dónde empezar.

Qué es (y qué no es) la conservación preventiva
La conservación preventiva es el área de la conservación dedicada a proteger los bienes culturales sin intervenir directamente sobre ellos. No se trata de restauración ni de intervenciones materiales, sino de crear condiciones que retrasen o eviten su deterioro.
Se trata de controlar el ambiente (temperatura, humedad, luz), garantizar un buen acondicionamiento, promover buenas prácticas de manipulación y planificar la organización de los espacios. Y, sobre todo, se trata de evitar que los daños ocurran – incluso cuando no se perciben agentes de deterioro a simple vista.
La conservación preventiva actúa en un sistema por capas: el edificio protege la sala, la sala protege el armario, el armario protege la caja y la caja protege el objeto.

Planes de conservación: qué son y para qué sirven
Un plan de conservación es un documento técnico que identifica los riesgos y necesidades de una colección, define prioridades y propone medidas concretas para garantizar su preservación. Puede ser más o menos complejo, pero siempre es una herramienta práctica y adaptada al contexto de la institución.
A diferencia de un diagnóstico aislado, un plan no se limita a describir los problemas. Propone caminos: ¿qué riesgos son más graves? ¿Cuáles son más urgentes? ¿Qué acciones son realistas con los medios disponibles? ¿Dónde se necesitará apoyo externo? ¿Y cómo integrar todo esto en los objetivos globales de la institución?

Pero entonces… ¿esto es solo “sentido común”?
Muchos aspectos de la conservación preventiva parecen evidentes: no apilar libros pesados sobre cuadernos frágiles, evitar la humedad, limpiar el polvo, no dejar ventanas abiertas. Pero sin una visión técnica y sistemática, los errores se acumulan:
– La estantería está impecable… pero pegada a una pared con filtraciones.
– Se avanzó con la digitalización… pero las fotografías originales no están estabilizadas ni listas para ser digitalizadas.
– Se usan guantes… pero de algodón, que absorben suciedad y contaminantes, sueltan fibras que se enganchan y rasgan los papeles frágiles.
El plan de conservación ayuda a ver el conjunto, a definir prioridades y a evitar soluciones engañosas.

Primeros pasos que cualquier institución puede dar
Incluso antes de tener un plan completo, hay medidas sencillas que cualquier equipo puede implementar:

Pero para garantizar la eficacia, la sostenibilidad y la correcta priorización de las acciones, un plan técnico sigue siendo el mejor camino.
Para terminar: conservar es decidir bien, antes de tiempo
La conservación preventiva no es un lujo. Es una forma más inteligente, económica y duradera de cuidar las colecciones.
Un plan de conservación ayuda a las instituciones a dejar de reaccionar y empezar a anticiparse.
Permite argumentar con datos.
Definir prioridades.
Evitar desperdicios.
Y construir una gestión más autónoma e informada.
Conservar no es solo mantener lo que existe
Es crear condiciones para que el patrimonio siga teniendo sentido en el futuro.